La televisión, objeto de culto en todos los hogares de “pro”. Por no decir en la totalidad de los hogares. Ocupa normalmente el corazón de la casa que es el comedor. Y habría que plantearse lo que representa el corazón: la sede de los sentimientos, las emociones, el afecto. Cuando a estas premisas las sustituye la televisión se establece una conexión hipnótica entre el aparato y las personas y las demostraciones afectivas disminuyen.
Pero el comedor no es solo el corazón de la casa, es también el principal centro de comunicación. Cuando la palabra es sustituida por el susodicho aparato se forma un nudo en la garganta en personas como yo que necesitamos hablar y hemos de postergar la conversación hasta que el programa de turno acabe. Entonces la emoción de la comunicación directa y espontánea disminuye y te quedas con el nudo de angustia que muchas veces te acompaña hasta la hora de dormir si eso se da por la noche con las subsiguientes pastillas hipnóticas que te ayudarán a conciliar el sueño y olvidarte de tu incomunicación.
Como envidio las familias donde el afecto y la comunicación directa es lo primero, donde la palabra espontánea prevalece y la tele es un mero artilugio para cubrir el fondo de la escena.
Lida
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