
Extraída de: https://www.pexels.com/es-es/buscar/hombre%20solo/
La noche pasó, y amaneciendo ya, le sirvieron un café que no tocó con una magdalena que también quedó intacta en la bandeja, y un bocadillo que un agente dejó encajado entre dos de los barrotes de la celda, cuadrados, altos y entre los cuales no cabía un puño. Pensando, sonreía para sus adentros. No dejaban abierto ni el más mínimo resquicio de rebelión, y aun así era tratado con miedo, como si fuera una bestia sin domar que pudiera atacar sin aviso. Cuan equivocados estaban, sólo quería salir de allí, dejar todo aquello atrás y refugiarse en algún lado, no sabía dónde, pero sí donde no.
Vinieron a buscarle y, con la ropa destrozada y desnudo de un pie, le metieron en un coche patrulla. Sólo llevó consigo una manta, la misma que le dieron para dormir y de la cual se negó a desprenderse. Así llegó al juzgado y a otra celda donde esperar, aunque apenas una hora esta vez. En pocos minutos le llamaron a declarar ante la jueza, donde se negó, según su derecho, a decir nada más que su nombre y dirección. No estaba nervioso ni tranquilo. Ni triste ni contento. Se sentía más bien en off, cómo vacío de emociones. Se autorregulaba para conseguir aguantar, sabía que quedaba poco e intentaba vaciar la mente.
Fue rápido. Su caso archivado, ya que no hubo declaraciones en su contra. Él, acompañado a la entrada de los juzgados donde fue puesto en libertad y, por qué no decirlo, abandonado a su suerte. No te llevan en coche a tu casa después de todo. Si pensabas eso, te equivocabas. Pero su preocupación por cómo volver desapareció de golpe cuando vio a su hermana, la pequeña, esperando. Nunca se llevó bien con ella, excepto cuando era una niña, y él el encargado de cuidarla. Recordaba cuando, apenas con sus catorce o quince años, la tumbaba sobre su pecho y se quedaban dormidos los dos, ya tomado su biberón y cambiado el pañal. Y siempre supo que podía contar con su ayuda. Le conocía tan bien que lo primero que hizo al verle fue ofrecerle tabaco. Ella no fumaba, pero sabía que él se moriría de ganas tras más de treinta horas sin un cigarro. Se montaron en el coche familiar con destino el monte. La casa de sus padres era el único sitio adonde, de momento, podía acudir.
Jorge Blanco
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