Extraída de: https://infoprovincia.net/2023/02/05/4-849-900-personas-viven-solas-por-jmm-articulista/anciano-solo/
Imagino que hoy estoy aquí para escribir, así lo he querido buscando una ayuda que mejore mi situación, y creo que escribir podría serlo. Aunque la ansiedad no siempre me lo permite, voy a intentarlo, la actividad ahora será Revista y se trata de eso. Habrá que empezar por algo. Por el principio, por ejemplo.
Y es el siguiente.
Siempre me gustó este oficio, y le dedico muchas horas en casa a ello, pero no hay una estructura definida. No es una novela, un libro, aunque para ser honesto no puedo negar que me gustaría que lo fuese. Imagínate, una novela... Sería genial. En fin, anhelos, ilusiones... Pero como de momento no lo es, tendrá que ser de esta manera.
Actualmente solo escribo cartas, largos mensajes de texto, retazos muy personales de mi que aquí no tendrían cabida. Luces y sombras, claroscuros de mi alma que hacen que mi cabeza de vueltas y más vueltas. Siempre, o al menos cuando estoy a solas, que suele ser a menudo, pienso de forma literaria. Mi mente escribe coma por coma, punto por punto. Construyendo frases, escogiendo palabras... Y es bonito, o mejor dicho, sería bonito, porque todos esos pensamientos se quedan ahí, en el aire. No llego a sentarme al teclado, y toda esa magia que resplandece, tan pronto como lo hace... se apaga. Es un esfuerzo estéril.
La inspiración no acompaña hoy, pero se agradece el empujón. Ha sido, o está siendo, un ejercicio, un simple ejercicio. Una forma de que el haber venido hoy aquí tenga un sentido. Y si al principio temía, me siento mucho mejor ahora. Aunque solo sea un poquito, ha servido de algo.
Domingo por la mañana. Como siempre, despertó horas antes de lo que se consideraría normal. No entraba más luz por la ventana que la que la luna, pálida, vertía sobre el valle. Se sentó en la cama, desnudo y con la ventana abierta al frío que cada día era un poco más intenso; se acercaba el invierno. Encendió un cigarrillo y dejo la mente en blanco, igual que blanco era el humo que exhalaba tras cada calada, intensa y corta. Le tranquilizaba. A continuación se vistió con el chándal viejo que le prestó su hermana, el de estar por casa, ya que a casa llegó sin apenas nada con que cubrirse. Se aseó y, ya listo para la jornada, bajó a la planta principal, aquella donde se encontraba la cocina, el aseo y el comedor con su gran chimenea, la que daba luz, alma y calor a las cenas en familia, y una enorme cristalera que daba paso a una preciosa terraza llena de plantas y flores. Se acomodó en una vieja mesa de madera que allí había, triste y deslucido su barniz, y a sorbos bebió el café recién hecho mirando las montañas que lo rodeaban todo. Cientos, miles de árboles y puntitos de colores en la lejanía, casas como en la que ahora se encontraba. Este era, por así decirlo, su mindfulness particular. El mismo que le aconsejaba la abuela siempre. También era el combustible que le iba a permitir afrontar el día con calma, esa calma y tranquilidad de las cuales era él mismo tan dependiente. Esa calma y tranquilidad sin las cuales nada era posible.
Sin saber cómo ni porqué, y a pesar de esa tranquilidad que había hecho suya a base de empujar con más fuerza cuanto más inalcanzable se mostraba, ciertos recuerdos le turbaban. Recordaba con claridad la noche en que tuvo que, por primera vez en su vida, pasar la noche en un frío y gris calabozo. La dureza del banco de cemento donde tuvo que intentar hacer algo parecido a dormir, descansar, mantener la calma. Guardar silencio, estar tranquilo... tarea imposible. Aunque ellos, los custodios, apenas lo notaron, a duras penas lo consiguió. Sólo el sudor le delataba, pareciera que acabase de salir de una ducha para nada relajante. Era su cuerpo que transpiraba conforme su estado de ánimo pulsaba, a veces con gran lentitud, otras rápidamente. Latidos en las sienes.
Pero como digo, apenas lo notaron.
JORGE BLANCO
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