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Desde lo más profundo de mi ser, emerge una historia de una niña que con el tiempo se convirtió en una mujer que, aunque ahora resiliente, carga con el peso de patrones arraigados desde su infancia.
Que se encuentra luchando aún contra la dependencia, el miedo, la indecisión, la inseguridad y como no, esa baja autoestima que no la ha dejado avanzar en la vida y solo le ha traído problemas y desconsuelo, que la incitado a desconfiar tanto de sí misma, como de los demás, distorsionando la realidad y la ha puesto un nudo en el cuello a la hora de poder dejar explicarse como se sentía y torturándola como compensación a volverse una persona extremadamente exigente consigo misma para poder mermar ese dolor interior que tanto quemaba, además de experimentar una hipersensibilidad por lo que le rodeaba en su vida.
Este artículo, es un intento de desentrañar el origen de esos patrones, que se fueron gestando a través de los años en mi niñez, además de dar a conocer como muchas personas de edades parecidas a la mía, han sufrido esta educación y posiblemente en su vida adulta, se les hayan quedado pequeños estigmas o incluso patrones que ni siquiera ellos mismos son capaces de observar.
De niña crecí en un hogar, donde la precariedad y el estrés marcaban mi día a día. Eran otros tiempos, tiempos donde las jerarquías estaban mucho más marcadas y el respeto y el miedo a la equivocación eran los primeros de la lista. El trato de padres a hijos era mucho más severo y no se tenía mucho en cuenta la vulnerabilidad de los más pequeños, todo se trataba de obedecer y callar, además, la economía en esa época no fluctuaba muy bien.
Aprendí a callar mis deseos y emociones ya que parecían incomodar o no ser escuchados y tratados como no primordiales, y decidí empezar a buscar la validación y atención fuera de mi círculo familiar.
En casa no es que se hiciera de forma explícita, pero pedir algo o expresar algo les suponía una carga, y no quería añadir más leña al fuego, ya que tenían bastante con la vida que nos había tocado vivir de preocupaciones ,como las filigranas que realizaba mi madre cada día para poder poner un plato de comida en casa en condiciones, para sus dos hijos pequeños( mi hermano y yo, la mayor),añadido a nuestra educación, mientras mi padre se rompía el lomo trabajando todo el día fuera de casa hasta las tantas.
Otro de los matices que marcaron mi vida fueron los estudios, ya que mis padres realizaban todos esos sacrificios por nosotros, como mínimo lo que yo podía hacer, era no añadirle otro problema a su saco. Pero me fue como bastante imposible hacerles felices, puesto que mi preocupación por su bienestar y la situación que vivíamos en casa, a mí me estaba afectando demasiado, además de tomar el rol de protectora de mi hermano pequeño y recibir el bullying que me hacían mis compañeros mi mente divagaba en todo, menos en los estudios.
Se me humilló por ello, dejándome una huella clavada en el pecho y convirtiendo a esa niña pequeña, callada, atemorizada, insegura de sí misma, no apta para los ojos de los demás. Nunca era suficiente, y siempre buscaba la aprobación de los demás y aún así yo misma nunca estaba contenta con los resultados y me sentía vacía por dentro. Tantos años de comparaciones con los demás, tantas humillaciones “no sabes”, “no vales”, “burra”, “inútil”, “nos has defraudado”, “solo nos das problemas” …
Solo recuerdo con grata claridad, esperar que llegará el anochecer para poder acostarme y empezar a soñar en ese mundo perfecto que deseaba. Lastima que al despertar todo se volvía a desvanecer.
Cuando echo la mirada atrás, siento ternura por esa niña pequeña que solo quería ser aceptada y querida. Ahora a mis 48 años comprendo el origen de todo y tengo un largo camino para sanar estás heridas. Pero como dicen “MÁS VALE, TARDE QUE NUNCA”.
Niuska
Muy realista y bonito
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